domingo, 19 de agosto de 2007

Relato:


Agradezco a Alberto Mosquera por haberme regalado mi apreciado perro Sacachispa Y a mi hermano Juan. De no ser por ellos no habría escrito esta narración.


Todo comenzó cuando le dije a Julio que para el domingo preparara los matungos que con mi hermano Juan iríamos a buscar el famoso barraco.
Domingo 10 de la mañana. Los overos estaban ensillados listos para partir. Juan y yo éramos los jinetes que conduciríamos a los siete valientes guerreros que, a apuro olfato e instinto, dejarían si fuera necesario la vida en la batalla.
Cuando los vasos de los caballos pisan tierra del Lote 15, Estancia Negro Muerto, Provincia de Río Negro, ubicado a 80 Km. al este de Choele Choel, el querido pueblo donde nací, justo ahí, comienza esta narración.
El día se tornaba oscuro, las nubes amenazaban lluvia pero con Juancito no pararíamos hasta encontrar este animal que estaba haciendo historia. Sentir que la daga le topara contra el pecho era nuestro íntimo y brutal objetivo.
Famoso el barraco en la provincia que, por dejar el tendal de perros muertos y por arisquearle la mirada al cazador, se ganó el apodo de El fantasma.
Algunos paisanos aseguran haberlo visto y juran que es un enviado del diablo por su gran tamaño y sus ojos de fuego.
Apenas se deja ver unos segundos y desaparece entre la espesura del monte por arte de magia.
Acaso sea cosa’mandinga, de veras.
Asi fue que dentramos a caminar por una picada que iba costeando el alambre.
Los siete guerreros marcaban el camino. Uno de ellos el que punteaba el batallón era el Sacachispa, puesto bien ganado gracias a su buen olfato y poder de empaque.
Otro que jugaba de puntero izquierdo era el Chachín diría yo el sargento por su gran experiencia en la batalla y el respeto que ejerce dentro del grupo.

Un poco más retrasado y siguiendo los pasos de los punteros iba Chiquito, su hocico en forma de daga afilada y poder auditivo son sus mayores cualidades.
Jack, Lonco, Arruinado y Pehuen de cabezas robustas y manos agigantadas, juntos al Chavo, galgo barcino de gran porte y corazón ya que le irriga tanta sangre a sus músculos que le sobra velocidad para parar barracos, eran juntos, les decía, abrojos prendidos a las orejas de los chanchos.
Por nuestra parte Juancito calzaba una 12/70 recortada, diría yo que partiría en dos a cualquier diablo se le pusiera a tiro. Y el que relata, sencillamente portaba un chumbo 44 Magnum. Confiado eso sí, porque es sabido que donde pongo el ojo pongo la bala. A los trofeos me remito por si queda alguna duda.
Después de caminar casi media legua, le encontramos el rastro al Fantasma. Había caminado el alambre casi unos 300 metros para poder pasar a nuestro lote. Pasó, eso sí, pero el muy guacho había dejado 5 hilos rotos.

Como nunca me ha de faltar la bolsa de herramientas que llevo atada con un tiento al recado me le puse a arreglar el alambre (no vaya a ser cosa que don Jorge se me enoje y por ahí, llevado por los nervios me envuelve por todo el lomo con lo que tenga a mano)
Lo veía a Juancito transpirando la gota gorda, creo que estaba asustado. Observaba detenidamente el rastro del Fantasma y no es que le este queriendo hacer pasar gato por liebre pero las marcas eran como pisadas de elefante. Y eso a él lo preocupaba. Lo sé.
Ahí fue cuando me confesó que si le llegaba a pasar algo (puedo asegurarles que sentía la muerte entre los huesos) tenía cosa para darme y ahí nomás me entregó una carta que antes de guardarla entre los aperos alcancé a leer un Gracias a todos escrito con su letra puntiaguda.
No me le aguanté y le dije:
-¿No estarás exagerando no?
-Esto no es moco de pavo -me contestó. Juraría que se le había puesto áspera la voz.
-Esto va en serio y se viene en grande la cosa hermano–agregó. Los ojos le brillaban que daba miedo.

Sentí un escalofrío por todo el cuerpo al escuchar esas palabras pero sin decir nada me le estribé al caballo y comencé a rastrear.
Los nervios de los guerreros llamaban mi atención. Creo que sentían la presencia de la parca rodeándonos, sin lugar a dudas.
Yo no le tenía miedo, al fin y al cabo si tenía que morir iba a ser luchando por más malo que fuere el barraco. Que se le va hacer. Siempre vuelvo a lo mismo: si salgo vivo para contarlo, quién me quita lo vivido.
Le seguimos paso a paso a este bestial animal. Mi sexto sentido me decía que estaba durmiendo en el chañaral que se divisaba ahí a lo lejos.
Los minutos se dormían en el tiempo y el aire se hacia denso. Empezaron a caer algunas cosas que apenas mojaban. Alguna que otra desbordada de los perros me animaba más. Todo indicaba que en cualquier momento un torido se iría a escuchar. Ese magnifico sonido que a uno lo estremece y lo llena de adrenalina. Más de uno, seguro, sabe a que me refiero.
Con Juan no cruzábamos palabras. Nuestras miradas lo decían todo. Él seguía con la mirada fría y noté, además, que la vena de su frente se le empezaba a marcar. Como olvidar esa vena si de niño cuando se enojaba se le hinchaba y ahí, agarráte Catalina... No había cristiano que se le enfrentara. Así que me sentí seguro por tener a mi lado a un hombre con los huevos bien puestos.
Reflexionar sobre mi hermano me hizo sacar la atención del puntero del batallón. Y el primer torido se hizo escuchar.
Provenía del chañar. Mi sentido no había fallado como tampoco había fallado mi amado perro Sacachispa.

El torido le llegó a los demás compañeros que partieron como bala al lugar. En segundos nada se armó una guerra sin igual. Una abalanzada del overo de Juan, seguido de unos talonazos, pusieron a esos caballos a toda furia por el monte. Parados en los estribos, dándoles rienda suelta
con el culo viento, nos acercamos al sucial y sin querer al Fantasma se lo vio como posando para la foto: perfilado, con los pelos encrespados y a boca abierta mostraba un par de marfiles que erizaron de inmediato mi piel. Negro como la noche, su tamaño duplicaba la perrada. Sería sin duda el enemigo a dar batalla.
De un reflejo lo vi a Juancito que lo tenía entre ceja y ceja. Sabía que con un disparo certero acabaría con su vida.Un grito nació de mí:
-¡Tranquilo Juan, no es el momento!
-Qué pasa Agustín, acabemos con esto de una vez.
-Ya le va a llegar la hora, que si quiere guerra la va a tener -le dije.
El no entendía por qué yo, en esta instancia, le perdonaba la vida al animal. Acaso pensaba que me movía la envidia o que yo andaba tras la fama de matarlo. Como sea, lo puso de mal humor. Pero bendita sea la verdad, había fantaseado tantas veces toparme con él, que en mi cabeza me remordía la intriga de cómo se defendería o peor como atacaría este animal.
La jauría prendida al Fantasma. Chachin, Chiquito, Sacachispa prendidos a los garrones echando pa’trás. Y por delante, prendidos como garrapatas a las orejas, Jack, Lonco, Chavo, Pehuen y Arruinado, hacían lo que sabían: estaquearlo. Era digno de verlos, parecía mentira el coraje que demostraban estos perros. Que orgulloso me sentí.
Pero había algo raro. No sé.
Un torido traído por el viento se escuchó a lo lejos.
Juan no tardó en decir:
-No será el Titi.... ¿Nos habrá seguido el perro viejo, hijo è la gran siete?
No pasaron ni dos segundos y ¡ahí estaba! No lo podía creer. ¡Era el Titi!. Vamos pero viejo nomás. Yo sabía que no ibas a morir en la alfombra de la casa. Lo tuyo esta en la garra.
Guiado por el olfato pasó entre los caballos como gato quemado y ahí nomás lo encaró mocho al oscuro.

A los huevos se le prendió y no soltó más. Había que verlo, ahí estaba él. Como esperé este momento y no me lo estaba perdiendo, se los aseguro. Cómo se le afirmaba el semental, se le hamacaba de tal manera que me nació una lágrima.
Ahí los tenés tanto esfuerzo para verlos crecer sanos. ¡Y mierda! Mirálos vos...
-¡Sácale una foto, congela este momento hermano! –exclamé.
Sin perder tiempo el flash iluminó el cielo y opacó una esperanza. El chancho maldito pegó una estampida dejando nada a su paso. A Chachin lo alcanzó por las costillas, trató de seguir luchando pero fue en vano.
El Fantasma emprendió una feroz escapada dejándolo fuera de combate. A la siega iba la perrada y yo por detrás tratando de no perderlo de vista.
Juan se quedó con Chachin (lo apreciaba mucho para dejarlo morir) La bestia arremetía con todo, jarillas, alpatacos, matas negra, parecía que habría el monte en dos.

No sé... Habré corrido unos 800 o 1000 metros pero me perdí, al chancho no lo vi más y a los perros tampoco. Por minutos me quedé a la escucha. De a poco los perros fueron regresando con la lengua afuera, agitados.
El que no regresó fue el Chavo, eso mantenía una esperanza. Ahí nomás lo vi a Juan que se acercaba al galope.
-¿Qué pasó Agustín?
-Creo que acabó todo hermano. ¿Cómo esta Chachin?-Temo por su vida -respondió.
El olor hediondo que había dejado el barraco se mezclaba con un confuso olor a derrota. Que triste me sentí. Imposible ponerle palabras.
Comenzamos a llamar al Chavo. Lo llamamos una y otra vez. Y nada. No aparecía. . Con amargura emprendimos el regreso.
Hicimos un parate por el Chachin. Juan lo acariciaba y lágrimas le corrían por la cara.
Con un ultimo abrazo lo despidió. Porbre perro. Acabó muriéndose en los brazos de quien lo quiso tanto.

Me bajé del caballo y nos fundimos en un abrazo. Trate de contenerlo pero no había caso. Lo vi quebrado por primera vez en mi vida.
Un torido se abrió paso en el medio de nuestra desolación. Era una esperanza traída por el viento. Nos quedamos en silencio, conteniendo la respiración. Había sido un torido seco, un torido que esa tarde se volvió latido, un primordial latido venido de nuestros corazones.
Me le estribé al caballo y comencé a correr.
Juan se quedó ajustando cincha para seguirme. Lo que supimos después es que, en su apuro había olvidado el arma.
A los perros cansados les saque ventaja. Corría en dirección desde donde me llegó aquel torido. Me detuve para intentar orientarme. Escuché una pelea. Me acerqué al galopón para ver de que se trataba. Y allí quedé, pasmado al ver al barraco que giraba con fuerza para sacarse de los cuartos, desprenderlo de una vez, sí, al Chavo, que, bañado en sangre, luchaba con lo que le quedaba de sus fuerzas.

Donde me le acerqué el Fantasma me vio. Pude ver en sus ojos que traía la muerte consigo. No alcancé a reaccionar, a tomar conciencia que se me venía encima. No sé como diablos fui a parar al suelo apretado por el matungo, atontado por el golpe se me nubló la vista y sentí un frío que me entró por las costillas. El desgraciado me tajeó medio cuerpo. No me lo podía sacar de arriba, todo estaba oscuro. Con el poco sentido que me quedaba saqué el ruidoso y le metí una bala entre las costillas.
Herido el chancho pegó media vuelta y no se más...
Me encontré tirado junto al Chavo en un charco de sangre.
Mi querido perro se encontraba muerto.
Con mi mano derecha me toque el abdomen. Tenia una profunda herida. No sentía dolor pero la sangre caliente, que me quemaba la piel. Logré arrodillarme primero y luego pararme. Pude ver al overo a unos metros con un puntazo en el pecho. Puntazo que apenas rozo el corazón pero bastó para matarlo.

No podía razonar las piernas me temblaban. El miedo me comía por dentro.
De repente escuche un grito ahogado de Juan. Con lo que quedaba de mí traté de llegar al lugar. El cuerpo me pesaba, apenas tenia fuerzas para presionar la herida y parar la hemorragia.
En eso comenzó a llover fuerte. El suelo se volvía barro y yo tratando de avanzar no lograba armar un paso.
Mis pies dentro de las alpargatas se abrían sobre la grela como el tranco de un pollo gordo.
¡Demonios! Otro grito de Juan.
Pasé por entre las ramas del alpatacal, lastimándome aún y lo vi. Ahí estaba mi hermano Juan abrazado al cogote de la bestia. Tratando de afirmársele pero no podía. El barro y su tamaño lo hacían imposible.
Jack y Sacahispa los tenían de los garrones. El Arruinado se le fue a la cabeza y junto a Juan voló por los aires cayendo a unos cuantos metros de distancia, producto de un fuerte cabezazo de la bestia.

Juan tras una rodada logró ponerse en pie. Fue ahí cuando me gritó:
-Alcanzáme tu daga.
En ese momento me di cuenta que había perdido la mía sin tener la menor idea dónde. El 44 era mi último recurso.El chancho volvió a encararlo a Juancito. Éste al encontrarse encerrado por el monte no le quedó otra alternativa que hacerle frente.
Me le afirmé, entonces, con las dos manos y le apunté a la cabeza. Gatillé tres veces. Aunque las balas hicieron impacto la bestia apenas tropezó. Era increíble, semejante chumbazo y nada. No lo volteó.
Mas enojado que nunca atropelló a Juan y lo dio contra un tronco de piquillín dejándolo inmóvil y con un tajo que le cruzaba el pecho.
El Sacachispa, sin miedo a los colmillazos, se le prendió al cogote y lo hizo dar media vuelta, tiñéndose en sangre que le brotaba al jabalí. No le aflojaba.
Parecía que la tierra saciaba su sed con nuestra sangre.

El jabalí al verme otra vez y de a pie, no lo dudó: me encaró como para despedazarme. Cómo olvidar el sonido de esos colmillos. Algo para recordar de por vida.
Una sola bala en el tambor. Sentí que las piernas no me respondían. Los segundos otra vez se durmieron en el tiempo.
Recuerdo que puse una rodilla en el barro, recé por la vida de mi hermano, la de mis perros y la mía.
Y a partir de ahí me supe solo. Absolutamente solo. Solo contra vos. Contra tu historia.
Te vi venir, te encañoné, te esperé, tu cabeza se hizo enorme en mi tranquila desesperación, eras vos o yo. Tu vida o la mía. Tu leyenda o la mía.
Un estampido.
Ésta la cuento yo.

Miro ahora el cuadro con la foto que logró Juan aquel día que ya es historia y como cada vez, se me da por pensar en el viejo dicho “la bota de potro no es pa’ cualquiera”
No señor. No es pa’ cualquiera.
El Fantasma

Nota:
Aclaro que éste, mi primer relato escrito hace unos hace años, es producto de mi imaginación donde llevé a extremos situaciones vividas.
El resto, qué decirles... andan por ahí quienes pueden decirles si fantaseo. Son hechos reales. (A.S)

3 comentarios:

carozo dijo...

lo primero que les queria decir es que este blog es lo mas,una masaa!

pero queria saver que paso con la bestia,lo agarraron,hay fotos?

carozo dijo...

yo otra ves..con la vestia no, con el fantasma.

Anónimo dijo...

muy bueno pero te pasaron todas,,, jeje